¡Ellos están invitados!

Manías de la edad contemporánea. (segunda parte)


"Tic-tac, tic-tac. Llego muy tarde, llego muy tarde."

Prácticamente es la única frase que dice el conejo estresado de Alicia en el país de las maravillas, mientras mira una y otra vez su reloj. En el cuento, el susodicho conejito tiene una cita con la Reina (si no recuerdo mal), y tiene la obligación de llegar a tiempo; de ahí el estrés. Si no, ¡de qué iba a correr el tío!

Porque la naturaleza es sabia.

En cambio, nosotros los humano
s nos empeñamos en darnos prisa siempre. Vamos de aquí para allá corriendo, mirando una y otra vez el móvil para ver si nos han llamado y, de paso, controlar la hora. Yo me pregunto: ¿es necesario ir tan "aconejados" siempre?

No disfrutamos de nada, no nos detenemos nunca. Incluso nos tapamos los oídos con unos auriculares y miramos al suelo, para aislarnos totalmente del resto del mundo. Y así vamos de casa al trabajo, del trabajo a casa; de casa al instituto, y viceversa; a ver a nuestros amigos, a nuestra pareja, a comprar al supermercado. Es insufrible.

¿Cuándo empezamos a medir el tiempo? Ya en la época prehistórica, los homínidos observaban la posición del sol o de la luna para saber en qué momento del día se encontraban, y así poder salir de caza en el momento óptimo. Luego vinieron los clásicos, y les dio por clavar una estaca en el suelo y partir el día en horas.

Supongo que, a partir de ahí, se jodió el asunto. Nació el trabajo, las obligaciones fueron en aumento y comenzamos a necesitar de una guía ajena a nosotros para poder estar seguros de que estábamos cumpliendo con todo lo que nosotros mismos habíamos creado para martirizarnos.

Han pasado los siglos, y en las últimas décadas los avances tecnológicos han hecho realidad esa sociedad del Gran Hermano que George Orwell anunciase en su 1984. Ahora nuestra rutina está ligada al tiempo, a Internet, al móvil y al dinero.

Todo lo hemos creado nosotros. Somos los inventores de la cadena que nos oprime el pecho y nos impide respirar con libertad, y no hacemos nada para deshacernos de ella.

¿Nos gusta ser esclavos de nosotros mismos? Yo creo que sí. Al fin y al cabo, ser esclavo de uno mismo implica que uno mismo es el amo y señor. Y, ah, cómo nos gusta eso.

3 reacciones:

El hombre del Faro dijo...

A veces la obsesión por el tiempo, la pérdida de la realidad, es lo único que puede hacernos sentir que estamos vivos, por que como has dicho, nos hace conscientes de que somos dueños de nosotros mismos.
Pero ser dueños de algo, como todo, acaba degenerando en corrupción, en la muerte del alma.


Víctor dijo...

bingo.


Violet dijo...

madre mia victor cuana rzon tienes ... y sí, lo peor de todo es que nos gusta ... Masocas quizás'??


 
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