¡Ellos están invitados!

Sras y sres, me arrodillo y confieso.



Antes de entrar en materia, me gustaría hacer una aclaración.

En la mayoría de entradas de este blog (sobre todo en las de "Manías de la edad contemporánea"), hablo sobre diversos asuntos y los critico. Quiero dejar
muy claro que soy el primero en afirmar que tengo muchos de esos defectos que critico en mis textos, y que si escribo sobre ellos es para reflexionar e intentar cambiar mi actitud.

No, de verdad, es que me matan las personas que se leen algunas entradas que escribo, y las interpretan como les da la gana; e incluso tienen los santos coj.. de echarme en cara que no veo mis propios defectos, o que me meto con otras personas, o que... Por favor, ¡leed bien, coño!

En fin, vayamos al grano.


El tema de hoy soy yo mismo. Sí, voy a hablar sobre mí; la ocasión
lo merece. Me explico: hace un par de meses, fui de viaje con una serie de personas que yo consideraba amigos míos, y la cosa acabó con un percal considerable y varias "amistades" perdidas. Cuando mi ex-mejor amiga me contó el porqué de todo aquel sidral que se lió, me dijo, entre otras cosas, que yo había decepcionado a una de las chicas que fueron a ese viaje.

Sí, sí, lo habéis leído bien. Yo la había defraudado con mi forma de ser. Al parecer, la chiquilla se leyó mi libro y salió de fiesta conmigo un par de semanas, y ella ya estaba convencida de que sabía con quién se jugaba las castañas.

Por favor. Por favor. Seamos coherentes. Ni soy una especie de semidiós romántico, cariñoso y omnisciente, ni soy un troll de las cavernas que babea y pega cacharrazos por ahí con un mazo.

Es lo que os decía el otro día sobre las etiquetas. A ver, ¿quién os manda ponerme un post-it en la frente, sin saber cómo soy de verdad? Luego, pasa lo que pasa. Y lo mejor es que, a partir de ahí, ¡se abrió la veda!

A lo largo de estas últimas semanas, han sido varias personas las que me han dicho eso mismo: que les he fallado, que les he defraudado, que esperaban otra cosa de mí.

De veras, perdonadme. Soy imperfecto al 100%, tengo defectos a puñados y lo adoro. Mientras haya cosas que cambiar, habrá voluntad de seguir adelante. Habrá imaginación para inventar formas de mejorar, voluntad para aplicarlas y constancia para mantenerlas.

Por tanto, no me jodáis con que os he defraudado. Aceptadme tal y como soy, o no lo hagáis.

Y ya está.

Manías de la edad contemporánea. (tercera y última parte)



"Víctor, tú no eres un marica; tú eres gay".

Con esta frase, un chico de mi clase de 4º de ESO resumió toda una forma de ver la vida. A mí, en aquel momento, me fue de cine gracias a esa diferenciación: yo no era "un marica", así que todos me respetaban.

Ésa es la palabra clave, la que me ha hecho decidirme a elegir el tema de esta entrada. No, la palabra "marica" no; yo me refiero a "respeto". En el caso que os acabo de contar (que me dejó muy marcado, la verdad), resulta que se establecen rangos de respeto. El que es marica, no lo merece; el que es gay, ese sí. Dejando a un lado lo de que ambas palabras son sinónimos (aunque la primera sea bastante más ofensiva que la segunda), el conflicto que se me plantea es importante.

¿Qué criterio se sigue para respetar unas cosas y otras no? Yo parto de la idea de que la clave está en la educación de cada uno, y en la manera en que esa educación afecta a cada uno por separado y en grupo.

A veces, el respeto va ligado a conceptos mucho menos relevantes moralmente, como el número de personas que tienes alrededor o el rencor que sientas por el sujeto al que, se supone, deberías respetar. Ejemplos:

1.- Un "machito" me ve pasar con shorts, y se me queda mirando. Su reacción será de: a) indiferencia, si está solo; b) asco, si está solo; c) burla manifiesta (gritos cuando pase de largo, insultos, etc.), si está con uno o más "machitos".

2.- Yo veo pasar a una chica que es más fea que un pecado, y estoy solo o con amigos. Pues bien, si esa chica me ha hecho alguna putada, me reiré de ella, a mayor o menor volumen. En cambio, si no me ha hecho nada, probablemente no haga ningún comentario.

Creo que el respeto y la tolerancia son la base de cualquier relación humana y, por ende, son la base de una sociedad que valga la pena. En relación a eso, debo decir, muy a mi pesar, que la sociedad española apesta en ese sentido.

Se nos ha educado, en las últimas décadas, a gritar cuando alguien nos lleva la contraria, a insultar, a dar golpes bajos, a mentir, a traicionar, a reírnos de todos y de todo.

Gracias, programas del corazón: vosotros habéis hecho mucho para ayudar en esa difícil tarea de
desaprendizaje.

En fin, la conclusión a la que quiero llegar, con toda esta parrafada que os he hecho leer, es que aún nos queda mucho a los españoles para alcanzar un nivel de madurez como el de los holandeses, por ejemplo. Somos un país, en muchos aspectos, tercermundista; a veces, me entran ganas de coger y largarme lejos, muy lejos de aquí.

Pero yo confío en que, de aquí a unas décadas, empezaremos a mirarnos en el espejo y ver nuestros defectos, y a pensar "quizás ese que pasa frente a mí no es tan diferente; quizá tiene sentimientos, y se siente muy frágil cuando la gente como yo le dice tantas burradas."

Tanta deshumanización, tanta hipocresía...

Ah... Puta edad contemporánea.

Manías de la edad contemporánea. (segunda parte)


"Tic-tac, tic-tac. Llego muy tarde, llego muy tarde."

Prácticamente es la única frase que dice el conejo estresado de Alicia en el país de las maravillas, mientras mira una y otra vez su reloj. En el cuento, el susodicho conejito tiene una cita con la Reina (si no recuerdo mal), y tiene la obligación de llegar a tiempo; de ahí el estrés. Si no, ¡de qué iba a correr el tío!

Porque la naturaleza es sabia.

En cambio, nosotros los humano
s nos empeñamos en darnos prisa siempre. Vamos de aquí para allá corriendo, mirando una y otra vez el móvil para ver si nos han llamado y, de paso, controlar la hora. Yo me pregunto: ¿es necesario ir tan "aconejados" siempre?

No disfrutamos de nada, no nos detenemos nunca. Incluso nos tapamos los oídos con unos auriculares y miramos al suelo, para aislarnos totalmente del resto del mundo. Y así vamos de casa al trabajo, del trabajo a casa; de casa al instituto, y viceversa; a ver a nuestros amigos, a nuestra pareja, a comprar al supermercado. Es insufrible.

¿Cuándo empezamos a medir el tiempo? Ya en la época prehistórica, los homínidos observaban la posición del sol o de la luna para saber en qué momento del día se encontraban, y así poder salir de caza en el momento óptimo. Luego vinieron los clásicos, y les dio por clavar una estaca en el suelo y partir el día en horas.

Supongo que, a partir de ahí, se jodió el asunto. Nació el trabajo, las obligaciones fueron en aumento y comenzamos a necesitar de una guía ajena a nosotros para poder estar seguros de que estábamos cumpliendo con todo lo que nosotros mismos habíamos creado para martirizarnos.

Han pasado los siglos, y en las últimas décadas los avances tecnológicos han hecho realidad esa sociedad del Gran Hermano que George Orwell anunciase en su 1984. Ahora nuestra rutina está ligada al tiempo, a Internet, al móvil y al dinero.

Todo lo hemos creado nosotros. Somos los inventores de la cadena que nos oprime el pecho y nos impide respirar con libertad, y no hacemos nada para deshacernos de ella.

¿Nos gusta ser esclavos de nosotros mismos? Yo creo que sí. Al fin y al cabo, ser esclavo de uno mismo implica que uno mismo es el amo y señor. Y, ah, cómo nos gusta eso.

Manías de la edad contemporánea. (primera parte)




Las etiquetas, las putas etiquetas. Me ponen de los nervios. No sé, no puedo con ellas. Y, en realidad, soy el primero que cae en la tentación de ponerlas en todos los ámbitos de mi vida. Este es mi mejor amigo, esta es mi mejor amiga; mi novio, mi ex, mi rollo, mi amigo con derecho a roce; mi bar favorito, mi peli favorita, el mejor grupo de música.

Se nos ha educado en esa necesidad de clasificarlo todo. Lo bueno y lo malo están en estanterías diferentes, enfrentadas, y nosotros nos encontramos entre ambas, añadiendo más y más elementos a cada una de ellas. Esta manía de definirlo todo no acaba de convencerme, la verdad. Lo simplifica todo demasiado, y todo lo simple suele aburrirme.

En cualquier caso, no me veo capacitado para librarme del proceso de etiquetado diario, así, tan fácilmente. ¿Cómo hablar de algo sin ponerle, en nuestra mente al menos, un cartel con letras de neón? "El cabrón que me ha hecho tanto daño", o "la tía que me prometió una amistad eterna, y acabó defraudándome".

En el fondo, las etiquetas se las ponen en la frente todas aquellas cosas que nos rodean. Nuestro papel es el de elegir qué hacer con ellas: dejarlas puestas o quitarlas.

Si fuésemos capaces de dejar atrás todo ese caos de cartelitos, y nos fijásemos en lo que realmente importa, que es la persona en sí; si hiciéramos eso, ¿no nos iría mejor? Yo he empezado a hacerlo, y voy a intentar mantener esta actitud. Ya no pienso en mi último amor, ni me preocupo por lo que pueda pensar mi ex, ni me devano los sesos dudando de si mi vestimenta va a causar rechazo.

Sí, me da igual todo. A partir de ya, valoro las cosas por lo que me demuestran en cada momento, y no por el historial de sucesos que tengo de ellas.

Eso sí: cuando me jodan, cogeré una manta, escribiré en ella la palabra
GENTUZA y se la colgaré de los hombros, como si fuese una capa. Que, como dice mi madre, hombre prevenido vale por dos.

Deseo de madurez.



Los hay que, cuando hablamos, necesitamos saber (la mayor parte de las veces) que lo que decimos no sólo tiene sentido, sino que es compartido por el que nos escucha. Si ese intercambio positivo no se realiza, nos sentimos frustrados, y podemos llegar a dos conclusiones:

a) que el que nos escucha no ha reflexionado suficientemente sobre el tema, y que cuando lo haga llegará a nuestro punto de vista con seguridad.

b) que no nos hemos explicado bien, y que lo mejor será repetir nuestro punto de vista para que quede claro.

Pues bien, esto está feo. Me lo digo a mí mismo, porque tengo el vicio de pensar así cuando hablo con alguien. La verdad es que hago todo lo posible, y más en los últimos meses, por ponerme en todo momento en el lugar del otro, y ver por qué reacciona como reacciona, y en qué me estoy equivocando.

Desgraciadamente, en mi proceso de normalización mental, hay algo que me preocupa. Es una idea que viene y va, pero cuyo rastro está siempre ahí, haciéndose notar y reclamando su protagonismo. Esta idea es, en el fondo, una de mis dudas existenciales:

¿El ser humano es capaz de analizar un problema de forma objetiva?

Desde mi optimismo habitual, al que os tengo más o menos acostumbrados, yo me respondo que sí. Pero, ¿es capaz el ser humano de hacerlo siempre? Ahí es donde mi optimismo pincha y me deja en la cuneta.

El hecho de aceptar que todo es relativo dificulta muchísimo el debate interno de un asunto, porque sólo cuentas contigo mismo para llegar a alguna conclusión. ¿Cómo estar seguro de que lo que uno concluye es universalmente aceptable? ¿De qué manera podemos afirmar que nuestro razonamiento es completamente válido, de tal modo que nadie va a venir a tocarnos la moral con el típico "la has cagado", o "¿cómo puedes defender esa chorrada?"

Lo confieso, no hay cosa que más me reviente que eso de que me hundan una opinión formada tras horas y horas de discusiones conmigo mismo al respecto.

Está bien, sí que hay algo que me revienta más: saber que, lo quiera o no, aún me queda mucho camino por delante.

Porque, lo quiera o no, el diablo sabe más por viejo que por diablo.

Poesía para un emigrante.



Echo de menos muchas cosas.

La calidez de un beso en un lugar prohibido; el morbo de una relación no autorizada y unos suspiros que no debían ser oídos.

Echo de menos muchas, muchas cosas, pero todas se reducen a una sola persona.

No le tengo, no le tenía y no le tendré. Me faltará siempre ese Marco, sí, pero tendré que vivir con ello. ¿De qué vale martirizarse, darse latigazos y llorar por lo perdido? Será mejor para mí, para él, para los que nos rodean, que yo supere esto rápida e indoloramente.

Lo que quiero decir es que, joder, me voy a morir teniendo que olvidarlo. Me siento tan bien notándolo en cada gota de mi sangre, que una transfusión no serviría para atenuar el problema. Dicho de otra manera, eso de "un clavo saca otro clavo" a mí no me sirve para nada, porque yo sólo quiero a ese "otro clavo". Es una mierda.

Pero, ¿qué le voy a hacer? Puedo patalear, llorar, gritar mientras muerdo un cojín, incluso escribir entradas como ésta. Pero, al final, ¿qué me va a quedar? Un terrible vacío en la cama, en la calle, en mi vida.

Yo he sufrido lo que muchos sufren, y he inundado mi cara con agua y sal. Toda una marea de dolor me recorre una y otra vez, y no sirve de nada. En mi búsqueda de lo práctico, sin embargo, estoy olvidando algo muy importante, que una vez alguien me dijo y que yo me empeño en olvidar:

El tiempo lo cura todo.

Engañándome con Marco.



Muy a menudo, nos entretenemos creando alguna que otra ilusión, para darle un sentido más completo a nuestro día a día. Cuando eso sucede, pueden darse varias situaciones, dependiendo de la suerte que tengamos o del realismo de las ilusiones creadas.

Ayer, mi mejor amigo me dio una buena bofetada de realismo y, un instante después, la ilusión en que he basado mi vida durante los últimos ocho meses (con un kit kat de dos meses, debo aclarar) comenzó a tambalearse peligrosamente. Y es que, en el fondo, yo mismo era incapaz de mantenerla en pie.

Me dio una bofetada y mis ideas comenzaron a aclararse, y me sentí más perdido que nunca. Pero, ¿cómo iba a culpar a mi mejor amigo de eso? Él sólo piensa en lo que es mejor para mí, eso ni se me pasa por la cabeza dudarlo. Es, simplemente, que yo no quería deshacerme de esa ilusión de ojos de chocolate, boca de palomitas y manos de pianista.

¿Puedo decir que ya ha pasado todo? Obviamente no. ¡Cómo voy a borrar de mi mente a ese chico que me vuelve loco!

El problema es que yo necesito estar enamorado. Si no lo estoy, no soy capaz de escribir nada, y si no escribo nada no me siento yo. Es así de triste. Todo esto cambiará, claro. Llegará un momento en el que no me haga falta querer a alguien para poder seguir adelante; incluso ahora comienzo a independizarme de eso.

Hoy, cuando he abierto los ojos, ya no he pronunciado su nombre. Llevaba semanas haciéndolo, y esta mañana, por fin, me he permitido bostezar y no pensar en nada (nada que no fuese volver a meterme en la cama). Me he dado cuenta de eso hace un rato, y me he sentido orgulloso de mí mismo.

Os cuento todo esto para liberarme de la carga de seguir reflexionando en silencio. Publicándolo, me da la impresión de que se convierte en un tema de conversación más trivial. Lo siento, os tengo acostumbrados a entradas un poco más divertidas: en la próxima, os prometo que explicaré lo que me pasó ayer mientras volvía de Portal del Ángel. Creo que ese lugar tiene una fuerza mística, porque cada vez que vuelvo de allí, vivo mi Odisea particular.

Un beso a todos.

Guerra y paz.



Ser o no ser. Esa NO es la cuestión, así que vayamos al grano: el tema de hoy es la satisfacción personal.

Os cuento cómo he llegado a la decisión de escribir sobre esto en mi blog. Hace un par de días quedé con la persona de la que estoy enamorado, y se lo dije. Pero, claro, no le dije "estoy enamorado de ti", porque quizás su reacción hubiese sido la de "¿OTRA VEZ?". Lo cierto es que soy bastante pesado cuando me cuelgo de alguien.

En vez de eso, le enseñé un poema que había escrito unas noches antes, y que viene a decir, en resumen, que no se asuste, ni se aleje ni se enfade conmigo por mi actitud rara hacia él, porque voy a quererle hasta quedarme sin manos.

Pues bien, cuando acabó de leer el susodicho poema, no sucedieron ninguna de las dos posibles cosas que yo creía que podían pasar. Ni me miró con una cara rara y me preguntó "¿Qué dices, Víctor?", ni sonrió y dijo "ya sabes que estoy enamorado de X (no diré su nombre por Internet, como es obvio)". En vez de eso, sonrió, apenas me miró y dejó el poema en la mesa, frente a él. Me dijo que era muy bonito, y eso fue todo. Yo tuve que salir un momento de la habitación para bajar a ver a mi abuela, y cuando subí otra vez y entré, vi que dejaba el poema nuevamente en la mesa. Supongo que lo releyó.

El hecho de que su reacción fuese completamente inesperada actuó como una especie de calmante. Llevaba todo el día muy nervioso y, de repente, me tranquilicé. Era como si se hubiesen borrado todas las dudas que había ido planteándome durante semanas. Sólo quedaba una banderita blanca en medio de mi estómago, que se agitaba suavemente a sí misma, como diciéndome "todo ha pasado".

Hoy he ido a comprar el pan al Condis, que está a una manzana de mi casa, y por el camino he hecho lo que más me gusta hacer cuando camino por la calle: he mirado al cielo y he sonreído. Primero sin motivo, y luego he intentado buscar razones para mantener la sonrisa. Y se me han ido ocurriendo un montón de ideas, la verdad.

Total, ¿qué más da que algo vaya mal aquí o allá? En el fondo, lo que importa es sentirte bien contigo mismo. Si tú funcionas, todo a tu alrededor va a acabar adaptándose a tu ritmo. Y ésa SÍ es la cuestión.

Noches de bohemia y reflexión.



Llevo unos días con el chip optimista activado. No sé a qué se debe, pero la verdad es que me encanta, y no tengo intención de cambiarlo. Bueno, sí, para qué mentiros (ayy, que me lo hacéis decir todo, ¡sois demasiado listos!), sé por qué estoy tan happy de la vida; pero, claro, estoy escribiendo esto en un blog que siguen miles y miles e incluso centenares y decenas de personas, así que no es momento de confesiones.

El caso es que ayer me encontré "compuesta y sin novio" en Universitat. Me explico: yo salí de cenar de un japo (mierda, últimamente todas las desgracias tienen algo que ver con cosas japonesas) y fui con un amigo hasta Plaza Cataluña, donde estaban sus padres acabando de arreglar la parada que han instalado frente a la fachada del Banco de España, en Portal del Ángel (venden joyas hechas con flores disecadas, os la recomiendo porque es bruuuutal).

Total, que entre pitos y flautas se me hicieron las once y media pasadas. ¿Y qué ocurre a esa hora?, os preguntaréis algunos de vosotros quizás. Pues que los señores de TMB deciden que la gente ya no necesita el Metro para nada.

Conclusión: me vi obligado a correr en todas direcciones por el interior de Cataluña, Universitat y, tras unos minutos, correr otra vez para llegar a Plaza Cataluña y coger un nitbus. Esta última operación (coger el nitbus, digo) no podía resultar tan fácil como llegar y p'adentro, no, claro... Yo, que me pego un sprint final porque veo que la N11 ACABA DE SALIR de la estación, y llego al autobús (cuando el semáforo está en rojo y el autobús no-se-puede-mover) y pico a la puerta. Respuesta del amable conductor: "¡ni de broma!"

Así que me tuve que esperar a la N9 (que me deja en Badalona, pero en el quinto coño de mi casa), y di un rodeo de la hostia por medio Barcelonés.

Y os preguntaréis ahora: ¿y por qué motivo debería interesarme toda esta mierda?

La respuesta es simple, amigos. Porque, durante mi trayecto en nitbus, me dio la vena reflexiva y comencé a pensar en lo subjetivo que es el mundo (ya ves tú, yo pensando en eso mientras, a mi lado, un negro entre gay y travesti no dejaba de hacer ruidos raros).

Después de más de hora y pico en ese maldito nitbus que se movía como si estuviese a punto de explotar, llegué a la conclusión (creo que he utilizado esta palabra ya antes, tengo que renovar vocabulario) de que sí, que el mundo es subjetivo.

En resumen: el mundo es subjetivo porque el metro no funcionaba, así que, mientras vosotros estaréis pensando que leer este texto ha sido la mayor pérdida de tiempo de vuestra existencia, yo estaré pensando en lo bien que me lo he pasado explicándooslo.

Un animal de costumbres.



Ayer, mientras iba caminando por Martí Pujol, en dirección a la estación de tren de Badalona, vi cómo, a unos metros por delante de mí, un viejo en silla de ruedas (de estas que se mueven con una palanquita) daba vueltas sobre sí mismo, como una peonza. Giraba, giraba, giraba y se lo pasaba bomba.

A unos metros por detrás de él, crucé la mirada con su supuesta cuidadora (alias "asesina por pasividad"), una chica joven que se estaba divirtiendo tanto o más que su particular peonza octogenaria. Me miró, y su sonrisa me hizo pensar en lo mucho que se parece mi vida a esa escena, digna del teatro de Ionesco y Beckett: el puro absurdo.

En el fondo, casi siempre estamos dando vueltas. Nos encontramos con las mismas caras, las mismas vivencias, una noche tras otra de vida plagiada. "¿De quién nos copiamos?" Podría preguntar alguien. Quién sabe, quizás nos copiamos a nosotros mismos continuamente, de tal manera que acabamos olvidando la idea inicial y nos convertimos en una fotocopia mal realizada (como esas que se hacen en el instituto porque has perdido el libro de Filo, o el de Catalán, o simplemente necesitas los apuntes del alma caritativa de turno).

Yo os pregunto: cada noche, al acostarte, ¿eres capaz de recordar todo lo que has hecho, y pensar después "Este día ha sido único, el mejor de mi existencia"? Porque, si la respuesta es "no", entonces, amigo/a mío/a, es que hay un par de cosas que tienen que cambiar en tu vida.

posdata: el ejemplo entre paréntesis no ha sido aleatorio. Perdí mi libro de Filo y el de Catalán en 1º de Bachillerato, y tuve que joderme e ir pagando las fotocopias del de Filo. Nunca fotocopié ni una sola página del de Catalán. Por otra parte, son tantísimos los apuntes que me he copiado en estos últimos dos años, que sospecho que, sin ellos, mi vida hubiese sido un infierno. Así que, seguramente, a partir de septiembre vaya facultad por facultad, en busca de mis ex-compis de Bachillerato, en busca de sus apuntes (aunque sean sobre asignaturas que yo no tenga ni por asomo).

Porque el hombre (la mujer no) es un animal de costumbres.

Una experiencia total.



"Enamorándome de Marcooo? ¡Por favor, eso suena a novela de Corín Tellado!
"

Yo, que estaba tan tranquilo, pensando en el wasabi del sushi que nos estábamos comiendo, me giro hacia la que ha soltado ese comentario casi a grito pelado, y la observo. No logro decirle nada, porque aún no he asimilado que acaba de soltarme una hostia monumental. Sólo logro preguntar:

"¿En qué momento hemos pasado a rajar de mi libro?" e incluso se me escapa la risa, porque la escena me parece surrealista.

La terrorista verbal en cuestión, que es íntima amiga de la chica cuyo cumpleaños estamos celebrando (y que no me conoce de nada ni, por supuesto, había oído hablar de mi novela antes), prosigue con su estrategia de acoso y derribo:

"Es que, por favor, ¡suena a novela rosa totalmente! Yo JAMÁS (y cada letra del "jamás" me pega una patada en la entrepierna) me leería un libro con un título tan ÑOÑO (y cada letra... etc.)".

Creo recordar que me da por rascarme la cabeza, cosa que hago para tranquilizarme cuando estoy a punto de sacar la metralleta y provocar una masacre, y le pregunto a qué viene todo esto. Al parecer, mi mejor amiga acaba de contarle lo de que he escrito un libro, y el título escogido le ha producido náuseas a la chica (qué se le va a hacer).

"Es que no creo en el amor", me dice. "Cuando tengas mi edad (cuidado, que tiene 24 años... ¡Estoy sentado frente a la Dalai Lama de la literatura occidental!) te darás cuenta de que (¡ojo al dato!) el amor no existe."

Y yo, que me la quedo mirando, ahora ya a un paso de perder mi noción del mundo real, la doy por perdida. Unos segundos más tarde, su rostro se borra de mi memoria RAM mental, y me hago la promesa de olvidar que existe hasta que nos despidamos y no vuelva a verla en lo que me queda de vida.

Me han contado que después se puso a explicar de qué iba la novela que ella está escribiendo. El argumento, así, a grandes rasgos, va de unos aliens que viven en el subsuelo de Ganímedes y (aquí viene lo revolucionario, según ella, de su obra maestra) no tienen forma de ser humano, sino que
son sacos que producen gases.

En resumen, una escritora cuya creación cumbre, por el momento, ha sido un grupo de bolsitas que hacen pedos se entretuvo, hace unos días, destrozando una novela en la que están impresos meses y meses de mi vida y que me ha hecho sentir orgulloso de estar enamorado.

Mi pregunta es: ¿crees tú, lector mío, que el amor existe? Si respondes que no, tienes dos opciones: la primera, pensar en pedos extraterrestres; la segunda, ser paciente y esperar a que te llegue.

Que comience el espectáculo


En el principio, fue el verbo.

Y, a partir de ahí, todo empezó a joderse. Mi día a día emana verbos por todas partes, como una especie de gran fontana que, en vez de expulsar agua, expulsa cantidades ingentes de mediocridad.

El caso es que uno de los verbos que dominan mi día a día es más jodido que el resto de ellos. Algunos lo llaman "querer", otros "amar", otros "encoñarse", etc. El mismo burro con distinto pelaje.

¿Habéis estado enamorados en alguna ocasión? Es una sensación muy extraña. Primero conoces a la persona, y pueden ocurrir dos cosas: a) que, sólo con mirarla a los ojos, digas "es para mí"; b) que, con el paso del tiempo, vayas notando que tu estómago ruge de una forma sospechosa cuando esa persona está cerca de ti, y que (esto hay que comprobarlo, claro) no es debido al hambre.

Una vez analizado si somos vampiros o si realmente sentimos mariposillas en el vientre, pasamos a la segunda fase y, en parte, la que da más de sí: el juego inicial. Hay que conseguir saber si el otro te corresponde y, si lo hace, es MUY importante echarle el garfio antes de que se escape. Los romanos decían "verba volant, scripta manent" (las palabras vuelan, lo escrito permanece), pero yo lo cambiaría: "Amor volat, curre ad illem!" (el amor vuela, corre hacia él).

De todas maneras, la cosa suele acabar pronto si tienes menos de veinticinco años. Recientes estudios apuntan a una posible relación entre el hecho de poder tener el Carnet Jove y el hecho de no ser capaz de mantener una relación durante más de tres meses. Otros estudios relacionan esto último a un deseo persistente de sufrir.

En mi caso, el masoquismo está fuera de duda. Me he vuelto a enamorar de Marco, el sueño más lejano que jamás hubiese podido concebir y, a la vez, el más cercano. "Nunca te enamores de un amigo", dicen.

Y tienen toda la razón.

 
© 2009 - ¡¡Blog cerrado!! | Free Blogger Template designed by Choen

Home | Top