¡Ellos están invitados!

400 visitas.



¿Sabéis? Hay cosas que no cambian. Los buenos amigos, los buenos enemigos, los mediocres, los estúpidos, los que tienen un corazón de oro. Esa cualidad (la de no cambiar, digo) la tienen los que trabajan lo suficiente como para conseguirla. Los que, día a día, demuestran de todas las formas posibles que ellos se merecen su puesto.

Yo, en cambio, soy vago por naturaleza: cambio, por tanto, cada vez que me apetece. Los hay que piensan que no valgo la pena para nada; los hay que me odian; los hay que me respetan; los hay que incluso me tienen aprecio. Yo elijo con qué o quién me quedo, y por qué hago lo que hago. Esa es la maravillosa libertad que he decidido otorgarme.

Escribo hoy esta entrada porque mi blog ha alcanzado las 400 visitas y, aunque es un número rídiculo, para mí es un hito importante. Y está claro que nunca lo hubiera logrado sin todas esas personas que leéis mi blog, que siempre estáis ahí: entre otros, me vienen ahora a la cabeza la adorable hermana de mi laurita, Sara; una chica encantadora de la Cultural, Raquel; o ese sujeto misterioso y extraño con el que cada vez me gusta más hablar, Paco.

A ellos, así como a todos los demás, que no sois pocos, os doy las gracias, de todo corazón. Sin vuestra paciencia conmigo, haría tiempo que habrían salido telarañas en mi blog. Oh, también quiero hacer una mención especial a Alex y a Dayan, mis amigos al otro lado del océano. Me encanta leeros y que me leáis.

En fin, ya basta de sentimentalismo por hoy. ¡Tengo que mantener mi imagen de capullo despiadado e insensible! (¿?) No, bromas aparte, la universidad me está matando. Y eso que sólo llevo dos días de clase.

Por ahora he tenido tres profesores: una doctora que, a partir de hoy, es mi Diosa; un catedrático que nos ha aconsejado que no vayamos a sus clases, porque nos será más útil quedarnos en casa estudiando; y un profesor que, cuando pilla el turbo, no veas.

Pero mis compañeras son geniales, y el ambientillo que se respira en clase parece bastante positivo (a pesar de que nos metan miedo, diciendo que tendremos que estudiar entre cuatro y seis horas al día, como mínimo, para aprobar en diciembre). Qué coño, voy a terminar esta entrada pidiéndoos que os levantéis de la silla y gritéis conmigo:

¡¡¡¡Yo, Pompeu!!!!

(es broma).

posdata: a todos los que no he mencionado, mis disculpas y mis agradecimientos, de nuevo.

Capítulo 2



Él se levanta de la cama, poco a poco. Pretende no despertarla. Con las manos, las piernas, con su intimidad siente la tibieza de las sábanas blancas y el fuego que las ha templado. Él es cansancio post-coital; la pura bohemia.

Se acerca a la ventana, descalzo, desnudo. En el alféizar descansa un paquete de tabaco. Lo abre, saca un piti y se lo pone en la boca, con desgana. A través de los cristales empañados, la ciudad se revela en una vigilia antinatural.

-Las farolas le impiden dormir -se dice él, en voz baja.

Pasan unos instantes. Nada parece moverse a uno u otro lado de la ventana. Y, de repente, una mano rodea su cintura. Otra mano se une a la primera, y él es abrazado. Entonces, una voz susurra.

-¿A quién?

Él, que ha estado observando esas manos finas, de mujer, como si fueran algo desconocido, excitante y maravilloso, alza la vista a ese paisaje humanamente nublado.

-A la ciudad.

Esas son las últimas palabras de ese día que no acaba de nacer. Una de las manos deja de abrazarlo y, flotando, se desliza hasta la persiana. En unos segundos, la habitación queda a oscuras.

Y las manos le arrastran a la cama nuevamente, y se apoderan de cada milímetro de su piel. Se deja llevar, y olvida la tragedia de una ciudad que no duerme.

Las cosas son mucho menos dolorosas cuando haces el amor con la persona que amas.

Fotografías de la eternidad, por Víctor Ballester.

Cuando el poeta llora, caen lágrimas de tinta.



"Las palabras más dulces no me salvarán esta noche.

Mi cama aún seguirá vacía; no habrá manos intentando derrumbar las paredes con sus arañazos en llamas; no se oirán nuestras voces gritando hasta que las campanas toquen a boda, a fiesta, a orgasmo.

Lo nuestro fue una historia de amor que no supo ser escrita. Un romance que jamás conocerá nadie, porque nadie hablará de él. No serás mi Julieta y yo dejaré de ser ese Romeo -tu Romeo- cuando, al anochecer, te recitaba las poesías más naturales, las más conocidas y las anónimas, e incluso te escribía en la soledad de mi balcón, con un cigarrillo consumiéndome y consumiéndose.

Tú eras mi balcón, la hiedra, la Julieta y el Romeo. Eras la escena al completo, la luz de luna filtrándose entre las rendijas del telón granate. Sí, tú eras blanco, rojo, negro, azul oscuro, gris piedra, verde hierba. Tú...

Te añoro como se añora la tierra prometida.

Echo de menos cada uno de tus rasgos, que dibujaban el hombre perfecto con los bocetos de mis intentos frustrados. Tienes los ojos de miel que me conquistaron, el pelo azabache que me torturó, los labios por los que besé el cielo con los dedos e inventé mi mejor historia de amor, las manos que me hicieron sentir el más atractivo de los mortales.

Tú eres la unión de todo lo bueno que he conocido y, por eso mismo, te echo de menos. Porque te tuve y no te tuve, y porque no te tengo ni te tendré.

Pero, ¿sabes qué? Ya no importa, porque te recuerdo y te vivo en cada esquina de mi casa, de mi cuerpo, de mi mente: de mi alma."

Fragmento de Fotografías de la eternidad, cap. 1. por Víctor Ballester.

Tres de mayo.



Hoy me apetece enseñaros algo mío.

Algo que me pertenece mucho más que todo lo que he escrito hasta ahora, porque no se basa en ninguna vivencia compartida con alguien o con algo. Las líneas que ahora leeréis no son más que la sangre de mis venas, latiendo al compás de lo que, en su momento, me pareció un nuevo horizonte radiante frente a mí.

Ahora, de aquel horizonte apenas queda una luz difusa, pero no importa. Al menos, ya no. Y, en cualquier caso, como dijo Bécquer...
Siempre habrá poesía.

Para poneros mínimamente en situación, fue un poema que escribí para la persona de la que me había enamorado en aquel momento (un universitario guapo, interesante, culto, divertido, entretenido y muy, muy tozudo que vio algo, inexplicablemente, en mí).

Lo hice, curiosamente, el mismo día en que comenzamos a salir juntos (que es el título de la entrada de hoy). En fin, no me enrollo más. Os dejo con mi pseudo-declaración de intenciones.

No me domestiques.
Ámame salvaje,
intenso y suave.

Quiéreme a destiempo.
No seas puntual
cuando me abraces;
llévame de viaje
a un lugar
que no conozcamos.

No establezcas horarios
ni ritos,
ni me digas nada
que hayas tenido que pensar.

Por favor, por favor:
no me domestiques.

¿Quién dijo "nostalgia"?



Hoy he vuelto a España.

Esto tiene su lado positivo, y sus muchísimos lados negativos.

El primero sería que volveré a ver a mis amigos, y soy un fan incondicional de los reencuentros.

Entre lo segundo, destacaré que, en un par de semanas, comienzo la universidad, y aún no sé exactamente cómo enfocar este cambio bestial que se avecina en mi vida; aparte, le he cogido gustillo a hablar en inglés, y cuando por fin me desenvolvía con bastante fluidez, voy a tener que volver a este mundo castellanoparlante (o catalanoparlante, depende de dónde o con quién); por último, para qué engañarnos, España apesta: ojalá pueda irme pronto de aquí.

Pero cambiemos de tema. Hoy he vuelto de Inglaterra, como decía, y he vivido toda una odisea para coger el tren en Girona y lograr llegar a mi casita (Home, bitter home!). Eso sí, un gustazo esto de viajar con la Renfe, eh. Yo me he sentado en mi asiento, he sacado mi ejemplar de Harry Potter and the Deathly Hallows, recién sacado de una librería de Canterbury, y a leer como un loco.

Para impedir que alguien intente sentarse a vuestro lado, os dejo un truco bastante estúpido pero infalible, por lo que he podido ver: llevaos una maleta gigantesca y que pese un par de toneladas, como la que yo llevaba, y ponedla en el asiento vacío que querais mantener desocupado. En serio, es mano de santo. ¡No se sienta NADIE!

Claro, deben de pensar "hombre, con lo que voy a tener que sudar para sacar esa maleta de ahí y ponerla en el portaequipajes superior, mejor me quedo de pie y disfruto del viaje desde el pasillo".

En cualquier caso, a mí me da igual lo que hagan los demás: mi maleta y yo hemos ido cómodamente aposentados durante todo el trayecto, y he agradecido poder leer y escuchar música a mis anchas.

Qué día tan bonito hacía hoy, por cierto. Un cielo azul abarcaba las ventanas de mi vagón, de un lado al otro. Esa inmensidad del color del mar no me ha satisfecho. Confieso que hubiese preferido una marea de nubes eclipsándolo todo, creando esa sensación de desasosiego tan típica de los días en los que ni llueve ni sale el sol.

Hoy vuelvo a casa, a la rutina, a la mediocre existencia de un dieciochoañero con ansias de libertad, de muchísima libertad, y con muchas obligaciones que le encantaría poder ignorar.

No obstante, hay algo que me hace sonreír, y sonreír con ganas.

Sé que, pese a todo, habrán cosas que no me van a fallar: las amistades, la familia, la literatura, la música y, aunque a veces me molesten un poco, los miles de días soleados que me quedan por vivir.

¡Gracias!

posdata: mi hotel (Crowne Plaza) estaba en esa zona de Londres que podéis apreciar en la foto.

¡Me aplico el cuento!

Madre mía, cuántas veces la llego a cagar, al cabo del día (para los que son de fuera de España, "cagarla" es una manera muuuuy vulgar de decir "equivocarse"). No, ahora en serio, lo mío es preocupante.

Bueno, para qué voy a engañarme. Me preocuparía, si no fuera porque la gente que me rodea está cagándola también, contínuamente. Eso me tranquiliza, y no por esa manera de ver las cosas tan conformista: "uy, como los demás también hacen tal cosa, aunque yo la haga no pasa nada". No, no es por eso. Es sólo que el hecho de ver que todo lo que me pasa a mí no es nada especial, sino que le pasa a un montón de gente más, me hace sentir mejor.

En plan "buff, no estoy loco". Ya sabéis, esa puñetera manía que tenemos los humanos de sentirnos comprendidos, etc.

Pues fíjate que, hace un rato, he discutido con cierta persona que ha confesado ser el anónimo que me comentó en la entrada anterior a esta, y he estado a puntito de sentirme mal por lo mucho que se ha cabreado esa persona conmigo. Me ha dicho que me odia y todo: un torrente de pasiones que han aflorado en la pantalla de Msn, que no veas. Pero todo ha sido flor de una noche, estoy seguro: mañana mismo ya habrá encontrado una excusa para odiarme (ahora mismo ya está haciéndolo) definitivamente, y me convertiré en una carpeta más dentro de su Lista Negra.

Y fin del cuento.

Os he dicho esto, primero de todo, porque estoy caaasi casi seguro de que esa persona va a leer esto, y quiero que sea consciente de que no le guardo rencor, en absoluto. Si no he hecho más por acabar el conflicto de manera positiva, es porque sé a ciencia cierta que no le va a costar nada de nada olvidarlo. Al fin y al cabo, sólo he sido "uno más" en otra de sus listas (tampoco daré más detalles).

El segundo motivo ha sido que, diciéndoos todo esto, tenía la excusa ideal para decir que lo mío es una metida de pata ("metida de pata" = "equivocación" -no veas la de palabras que hay para decir lo mismo, ahora me doy cuenta-) tras otra. Estoy a medio camino entre lo irreflexivo y lo frío, y eso hace de mí una persona bastante intratable, en ocasiones.

Lo siento.

posdata: por favor, ya vale de este tipo de entradas, que parece que más que escribir, me esté dando todo el rato con el látigo en la espalda xdd.

posdata 2: qué coño, si no lo digo, reviento. Estoy en Inglaterra, de viaje con mis padres y, joder, todo esto es precioso. Me hace sentir aún más avergonzado de lo normal, porque España está a años y años luz de países como éste. Por tanto, antes de acabar con esta entrada, que escribo desde Cardiff (capital de Gales), quiero que me acompañéis en un hurra por la civilización y un abajo con la incultura.

Ah, y recordad siempre:

Más vale un solo "porsiaca" que miles de "penséques".
 
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